Por estos días, Tokyo, la capital japonesa, se convierte en la plaza multicultural del momento. Allí, sucede el mayor espectáculo deportivo del planeta. El encuentro bajo los cinco aros, combina en total armonía, con banderas de más de 200 países que ondean en el azul firmamento.
Diferentes regiones, culturas e ideologías forman un entramado de hermandad por el deportivo encuentro y colocar en lo más alto del cielo sus enseñas nacionales. Colores, símbolos, sabores, grandes alegrías y también tristezas han distinguido el evento.

Punto y aparte, merece la hermosa isla antillana la cual, en esta cita olímpica, ha lucido genial. Sus hijos, en múltiples ocasiones, han hecho que se escuchen las gloriosas notas de su himno nacional y suba, majestuosa su bandera a lo más alto del podium.

Nombres que se inscriben para siempre en la historia del olimpismo mundial como Miajain y Roniel, orgullos de vueltabajo; Leuris, Idalys y Orta el sorprendente; entre otros que haría interminable la lista. A su regreso, unos traerán con orgullo los metales colgados sobre su pecho y otros sin preseas pero con el lauro de traer consigo la dignidad de haber dejado lo mejor de ellos en las arenas del combate.

Las olimpiadas, en esta ocasión, han sido la mayor demostración de que podemos vivir en un mundo de inclusión, donde cuidemos más el medio ambiente y fomentemos menos el odio entre los seres humanos y la paz.

Tokyo, sin dudas, quedará en la memoria como el lugar donde, el deporte como expresión de cultura, dio paso a una gran celebración multicultural en los más difíciles tiempos que es jamás haya vivido el ser humano. Una fiesta por el amor y el bienestar común.
